martes, 19 de enero de 2010

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Sobre los baldosines de las aceras
has dejado huella de paciencia,
con alborotados rizos de palabras,
tacones de aguja,
medias que usabas
desde que fuiste a la escuela.
Tu escote, provocador
como una pancarta prohibida,
colgada en el consistorio
de las damas de alta alcurnia
y relicario.
Esa falda, más abierta
que una herida de guerra,
y tu nombre
bañado con las cinco letras
que tu reputación recuerda
para algunos, que no eres
una mujer de primera,
aquella que no se lleva del brazo
al pasar frente a la escuela,
la que no comulga
o no se adorna con peineta
un domingo de cuaresma.

Esa,
que según tu dios,
dejo el corazón colgado
en la percha de la esquina,
color fuego y pena.
Yo, sin conocerte,
sin la cuenta
en tus sabanas de seda
color billete de diez mil
y un pagare,
de quien te juro amor eterno,
¡Que mísero era el!
para pagarte, mire usted
como son las cosas,
se lo entrego el párroco Juan Miguel
para los niños de un orfanato
que dirigía su mujer primera.

Sin saber todos ellos
que tu dama en el alma,
duquesa en actos de conciencia,
donas lo que ganas como puta,
para que coman los inocentes
de esta guerra.

Carmen Puerta

Ahora que me arde el deseo.


Ahora que…

Ahora que me arde el deseo
de poseer el poro uniforme de
tu piel morena,
como pizarra asfáltica.

Ahora que solo pienso en tus labios
llenos como campos en flor y
húmedos vestidos de lluvia.
Ahora,

que necesito que tus brazos
sean anillo astral sobre
esta alma en quiebra
que acoge mi cuerpo...

Porque es " ahora"
cuando mis ojos son
un océano de sal brava,
una carretera de luces,
guerra en mitad
de la nada.

Ahora que te espero
recogiendo lo que deje en tus labios
detrás de aquella noche
que llovía nieve.

Carmen Puerta